Hay cosas que uno aprende a la fuerza. A veces es tropezando, otras es viendo cómo tropiezan los que más queremos. Esta historia es de esas que no quisiera repetir, pero que me dejó una enseñanza que hoy quiero compartir: viajar sin seguro es una ruleta innecesaria.

El año pasado (2024) yo había planeado un viaje soñado con mis papás a la Patagonia argentina. Queríamos conocer El Calafate, ya contaré eso, ver el Perito Moreno en persona, sentir ese hielo ancestral que uno solo ha visto en fotos o documentales de National Geographic. Viajábamos desde Buenos Aires, ya habíamos recorrido algunas partes del Uruguay y nos quedaba ese último gran destino en el sur.

Todo iba bien… hasta que no.

Vista del Calafate

Cuando lo impredecible toca la puerta a las 2 de la mañana

Mi mamá venía sintiéndose un poco rara desde el día anterior, pero no le habíamos dado demasiada importancia. Un dolorcito aquí, algo de malestar allá. Pensamos que era el cambio de clima, el cansancio del viaje, tal vez una comida que le cayó pesada. Pero cuando llegamos a El Calafate, esa incomodidad se convirtió en una fiebre alta, escalofríos y un dolor de estómago que no la dejaba ni acostarse tranquila.

Intentamos esperar. Hicimos caldito para que comiera algo ligero, tratamos de calmarla, pero a eso de las 2 de la mañana me miró con esa cara que uno reconoce de inmediato: “Llévame al hospital”. Y así lo hicimos.

Por suerte, estábamos alojados en un lugar muy cerca del hospital público de El Calafate. Caminamos —bueno, yo caminé, ella se apoyaba en mí— por esas calles silenciosas del pueblo mientras el viento helado golpeaba fuerte. Era de madrugada, y la ciudad, tan turística de día, dormía profundamente.

El alivio de estar cubiertos

Llegamos al hospital. No hubo filas eternas, ni papeleo engorroso, ni caras largas. Nos pidieron el seguro de viaje, lo revisaron y… eso fue todo. En minutos ya la estaban revisando, le tomaron signos vitales, le pusieron una inyección que le calmó el dolor, y poco a poco volvió a sonreír.

A esa hora, en un país extranjero, con mi mamá temblando de fiebre, no hubo nada más reconfortante que saber que alguien la iba a atender sin preguntarnos cuánto dinero teníamos o si podíamos pagar.  

Y es que eso es el seguro de viaje: una red invisible que uno espera no tener que usar nunca, pero que cuando la necesita, lo salva. Porque no es solo un documento, ni una cláusula en letra pequeña, es la diferencia entre el pánico y la tranquilidad. Entre quedarse esperando a que pase el dolor o recibir atención inmediata. Entre pensar en cuánto costará todo… o simplemente dejarse cuidar.

¿Pero realmente vale la pena?

Siempre hay alguien que dice: “Nah, yo nunca he usado el seguro de viaje”. Y puede ser verdad. Puede que hayas viajado diez veces y nunca hayas tenido un raspón. Pero también puede ser que justo en ese viaje en el que te sientes más seguro, las cosas se tuerzan. Como pasó con mi mamá. Como podría pasarle a cualquiera.

Y no se trata solo de enfermedades. Un seguro de viaje puede cubrir desde cancelaciones de vuelos, pérdida de equipaje, hasta accidentes más serios. En mi caso, cubrió una consulta médica, una revisión y un tratamiento que —sin seguro— habría sido un dolor de cabeza económico, además del susto emocional que ya estábamos viviendo. Y por si acaso usé esta herramienta que permite comparar seguros y ahí ustedes escogen el mejor, en mi caso pagué solo $230000 COP o unos 55 USD.

Además, el costo suele ser bastante razonable. Por el valor de una cena en el aeropuerto puedes comprar días o semanas de cobertura. Y con tantas opciones hoy en día (desde tarjetas de crédito que incluyen cobertura hasta plataformas que te dejan comparar planes), realmente no hay excusa para no tenerlo.

¿Y tú, viajas con seguro?

Tal vez nunca lo has necesitado. Tal vez sí y agradeciste tenerlo. Sea como sea, te invito a pensarlo. Porque no se trata solo de ti: cuando viajas acompañado, tu cuidado también es el cuidado del otro.

Viajar es abrirse al mundo, sí… pero también es estar listo para lo que venga. Con una sonrisa, una maleta liviana y un seguro guardado en el correo. Porque si algo sale mal, que no sea por no haberlo previsto.

Y si todo sale bien —como espero que sea siempre— pues mejor: tendrás una historia menos de hospital que contar, pero una anécdota más que agradecerle al sentido común.

La importancia del seguro de viaje

por Camilo J

Ingeniero de sistemas con más ganas de viajar que trabajar ¿Ya leiste mi libro? https://www.amazon.com/dp/B0B4YR7KLM

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