La tragedia de emigrar
Migrar

Debo empezar aclarando que esta es una opinión personal, basada nada más que en mi experiencia y mis observaciones a través de casi diez años tratando de emigrar y fracasar en cada intento.

Mi viaje comenzó en 2014 cuando abandoné un trabajo mediocre de oficina en Bogotá y con lo que había ahorrado me fui para Australia, a experimentar, a conocer, a ver qué pasaba. Un año se convirtió en cuatro, un curso de inglés en un diplomado y mi sueño de emigrar en una especie de pesadilla. En Australia estudié y seguí estudiando con la esperanza de conseguir la anhelada residencia, y es que la publicidad te agarra y te mete en una maraña de promesas falsas y metas inalcanzables, los que ya lo lograron están convencidos de que si ellos pudieron, todos pueden. Pero las circunstancias cambian y son diferentes para cada persona.

No fui, ni seré el único que se quedó con las ganas. Yo juraba que tenía un buen perfil para migrar, estaba joven, era profesional, hablaba inglés y no tenía ninguna mancha en mi hoja de vida, un ciudadano ejemplar con ganas de aportar a la sociedad. Pero seamos honestos, el sistema de migración está diseñado para tener a los estudiantes estudiando el mayor tiempo posible y tomando examenes de inglés la mayor cantidad de veces, solo para entrar en una especie de concurso que más parece una loteria, al final los años pasan, las posibilidades se reducen y muy pocos se ganan el premio gordo.

Pero yo no quería seguir esperando, así que tomé un avión de vuelta y me devolví a Colombia en 2018, de nuevo, a ver qué pasaba. Y lo que pasó es que tuve suerte, mi carrera estaba en auge, y volví a los trabajos mediocres, pero con mejor paga, me reencontré con familia, con amigos y creo que por primera vez en mucho tiempo me sentí tranquilo, completo. Los demonios y la rabia con la que me fui en 2014 habían desaparecido parcialmente y me di cuenta que migrar no era la única opción. Pero claro, hablo desde mi privilegio, y no quiero generalizar.

En 2022, más por aburrimiento que por otra cosa, decidí lanzarme de nuevo al ruedo y tratar un país nuevo, el paraíso de los migrantes: Canadá. Seguramente iba a ser fácil, un año estudiando, un par de años trabajando y ya está, la residencia ahí, al alcance de mis manos. Otra vez me fui cargado de emociones y ansiedad, volví a dejar a mi familia y amigos y me embarqué en la meta de ser canadiense, y que me dieran casa y beca, como anuncian las agencias.

La verdad es que en cuanto pisé tierras del norte supe que no estaba en el lugar correcto, había dejado una vida cómoda en mi país para ir a compartir, nuevamente, apartamento con desconocidos, para ir a vivir en las afueras de la ciudad y para empezar la carrera de ratas llamada Express Entry (el sistema de migración canadiense). Viví una especie de déjà vu, aún estaba relativamente joven, profesional, con años ya de experiencia, estudios en Canadá y Australia, ¿qué más se puede pedir? Con todo eso, el sistema de puntos de migración aún me era esquivo. Además luego de investigar mejor, me di cuenta que tampoco era tan fácil como decían, casi todos terminan viviendo en zonas donde ni los canadienses quieren vivir, solo para conseguir el deseado pasaporte.

Por razones personales, tuve que regresar a Colombia, pero de nuevo tuve la sensación de haber hecho lo correcto, tal vez migrar no era para mí. Claro que echo de menos las bondades del primer mundo, pero entendí que a la final la familia y los amigos son los únicos que estarán ahí. Cada vez que estoy con mis padres o con mis sobrinos siento que valió la pena volver, cada vez que me doy un gusto, sé que acá también se puede vivir bien. Aunque claro, siempre hay que ver las particularidades de cada quién.

A pesar de todo lo bueno, en mi cabeza siempre ha dado vueltas la misma pregunta: ¿Por qué? Por qué tengo que quedarme en un país inseguro donde roban todos los días, por qué tengo que resignarme a trabajar de nueve a cinco como esclavo con salarios miseros, por qué tengo que aguantarme que los que van en carro les importe un carajo los semáforos, por qué tengo que aguantarme a unos políticos corruptos que se roban mis impuestos. ¿Por qué tuve que nacer en Colombia?

Y es que nacer y crecer Colombia, y tal vez otros países, se vuelve una tragedia para todos los pobres, es una constante lucha por sobrevivir, la eduación se vuelve un privilegio y tener una carrera profesional no es sinónimo de mejorar la calidad de vida. Si uno quiere emigrar, no es fácil porque nuestro pasaporte nos impide ir a otros lugares a trabajar, así que quedan pocas opciones, irse como ilegal o irse como estudiante, gastarse millones y entrar a la loteria, y si lo logra, pasar una vida extrañando a las personas que dejó atrás. Todo mal.

Lo peor para mí, es que ya probé las mieles de los países decentes, donde la gente te respeta, donde el sistema público de transporte funciona, donde el peatón siempre es el más importante, donde puedo salir a las tres de la mañana a contestar mi teléfono sin miedo.

No soy solo yo, somos muchos, tal vez millones los que nos preguntamos lo mismo. En mi viaje me encontré con muchas personas como yo, en Australia casi todos teníamos la misma ilusión de quedarnos, solo algunos siguen allá, pero a la final todos pagamos un precio por volar cerca del sol. Los que lo lograron, lo hicieron dejando atrás su vida, su historia, sus recuerdos, son los que no han visto a sus madres en años, los que han pasado duelos a la distancia, los que no han conocido a los niños de sus familias, los que cambiaron parte de su yo por un futuro mejor. Ellos siempre tendrán en sus cabezas lo que se quedó acá, porque las raices y la sangre nunca se dejan atrás.

Y es que emigrar no son solo las fotos lindas de Instagram con una cerveza extranjera en la mano y con las playas de fondo. No, detrás de cada migrante hay noches enteras de llanto, de sudor, de malos tratos, de estoicismo, de cambiar la profesión por los trabajos que los locales no quieren hacer, de dejar de hablar la lengua materna para tratar de hacerse entender. En el fondo todos perdemos algo.

Yo por mi parte, tal vez ya esté resignado, pero estoy tranquilo porque la suerte ha estado de mi lado, por ahora lo tengo todo. Pero a la vez me inquieta la incertidumbre cuando llego tarde a mi casa, me dan ataques de ansiedad cada vez que me subo a un transmilenio y casi a gritos insulto a toda la gente que me toca aguantarme en este entorno hostil llamado Colombia. Unas por otras, dirán.

Al final es decisión de cada uno qué quiere perder o qué quiere ganar, y luego, esperar a que todos los planetas se alineen para que su decisión sea la acertada y logren lo que desean.

por Camilo J

Ingeniero de sistemas con más ganas de viajar que trabajar ¿Ya leiste mi libro? https://www.amazon.com/dp/B0B4YR7KLM

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