La primera vez que salí de Colombia fue en agosto de 2013, pero fueron solo unos cuantos días a Cancún para presentar un trabajo en una conferencia, cuando todavía medio me interesaba la academia y no tenía planes a largo plazo. Pero fue hasta 2014, en noviembre exactamente cuándo di el paso que cambiaría mi vida por completo. El 12 de noviembre de 2014 me subí a un avión que me llevaría a Los Angeles y posteriormente a Melbourne, Australia y allí mi vida se partiría en dos.
Por primera vez me despedía de mi familia por un largo largo tiempo, de hecho, en ese entonces no tenía fecha de retorno, por primera vez sentí el sabor agridulce de una nueva vida, dejaba toda mi comodidad para embarcarme en quién sabe qué. Lloré al irme, me sentí extasiado de llegar a Australia y conocer cosas nuevas, me sentí abrumado por las nuevas experiencias, me sentí agobiado por el dinero, me sentí feliz de haber hecho algo que había planeado hacía tanto tiempo, toda esa mezcla de sentimientos debe ser conocida por todos los que alguna vez se han lanzado a vivir en el exterior.
En Australia hice amigos que consideré familia, unidos por los lazos de la solidaridad y el mutuo anhelo de seguir descubriendo, trabajé en puestos que nunca hubiera imaginado, descubrí sitios que no sabía que existían, probé comidas que me abrieron la mente, me empapé de historias de personas que de otra forma nunca hubiera conocido, me enamoré de Melbourne y después me hastié. Porque sí, la rutina vuelve, la vida sigue y al final la gran experiencia puede (puede que no) convertirse en algo difícil de llevar.
Después de un largo periodo de reflexión y luego de evaluar muchos aspectos regresé a Colombia tras cuatro largos años, antes de regresar viaje por Europa unas cuantas semanas, estuve en Colombia un año y medio, me fui a Francia por seis meses, volví, me fui a Canadá un año y volví otra vez. En estos últimos diez años, más de cinco los pasé en el extranjero, aprendí inglés y me ha servido como herramienta para ejercer mi trabajo, medio aprendí francés y me siento orgulloso, visité más de quince países y tengo muchas historias para contar, pero aparte de eso, cambié como persona, tal vez no de la forma abrupta y superficial pero sí cambié. Aprendí a ver el país desde afuera, cambié muchos puntos de vista, y lo más importante aprendí que las personas que te rodean son todo lo que tienes. El tiempo con la familia y amigos son invaluables, así como el espacio personal para aprender y disfrutar.
Afuera comprendí que, por mucho que despotrique de Colombia, acá está mi hogar, pues aquí amo y con las que quiero pasar el tiempo, también aprendí a entender a los que se van contra viento y marea, asimilé que de alguna forma «no soy de aquí ni soy de allá» y soy adicto la zozobra que genera el estar en Colombia y querer irse, y querer volver a Colombia. En cada viaje se vuelve con la maleta llena de nuevas cosas y a la final de eso se trata, de cambiar sobre la marcha y sacar lo que más se pueda de cada viaje.
Nadie me pregunta, pero no cambiaría nada de estos diez años porque tal como estoy ahora me siento bien, y son esos pequeños pasos los que me tienen hoy aquí, escribiendo para lectores, pero la verdad se siente bien. Desde ese día que salí con dos maletas de 23 kilos han pasado miles de cosas, buenas malas, feas, he pérdido familia en el camino, he dejado de pasar muchos eventos familiares y con amigos, pero también he vivido experiencias que otros no pueden ni imaginarse, tengo un baul lleno de anécdotas y creo que le encontré por fin algo de sentido a mi vida, descubrí que lo que me mantiene vivo es el ansía por cambiar, cambiar de ambiente cuando me aburro, cambiar de trabajo cuando me atrapa la monotonia, e incluso alejarme un poco de todo para después volver recargado y extrañando lo que se dejó atrás.
De nuevo, insisto en que todas las personas, deberían al menos una vez en su vida salir y darse una vuelta por otros lares, primero para alejarse de enfermedad lenta y silenciosa llamada rutina, segundo para aprender, para cambiar, para ver todo desde otra perspectiva y tratar de entender a otros, para descubrir sabores, olores, otras formas de pensar y de vivir, y así tal vez curar otras enfermedades epidémicas como el racismo y la xenofobia, porque créanme la mejor forma de dejar esto atrás es sentir en carne propia lo que es ser extranjero y cargar con los pecados de otros.
No podría nombrar a todas las personas que han hecho parte de esta aventura, ojalá esto llegue a algunos cuantos para que sepan que nada hubiera sido lo mismo sin ellos, tanto en Australia, donde pasé casi cuatro años, como en Colombia, e incluso en Francia y Canadá conocí gente que me ayudó en el camino, que me animó, que me enseñó cosas que tal vez nunca hubiera aprendido. Como siempre especial mención a mi Cata que ha estado en la mitad de esta vida cuasi-nómada, y que ha alegrado cada día de vida. Y hoy en particular a alguien con quién empecé la travesía y que se convirtió en mi mejor amiga, Tatiana, espero que lea esto y se anime a hacer, aunque sea una publicación contando su parte de la historia.
No siendo más, espero poder escribir pronto sobre más viajes ya que por ahora estamos en periodo de calma, disfrutando de los amigos y de la familia en la odiada y amada Bogotá, o tal vez me anime a escribir un poco sobre esta ciudad controvertida a la que llamo casa.
Ingeniero de sistemas con más ganas de viajar que trabajar
¿Ya leiste mi libro?
https://www.amazon.com/dp/B0B4YR7KLM